Resumen de Los venenos (Cortázar)

Los venenos es una historia narrada en primera persona por un niño ─cuyo nombre no trasciende─ de la localidad de Banfield, Buenos Aires. El relato comienza un sábado al mediodía, cuando el «tío Carlos» llega a la casa del protagonista con una máquina fumigadora con el objetivo de eliminar una plaga de hormigas. Esa misma tarde, prepararon la máquina y la dirigieron hacia uno de los tantos hormigueros que albergaba el parque. De pronto el humo empezó a circular por debajo de la tierra hasta salir a la superficie por los parques de los vecinos: la casa de «los Negri» y la de Lila, una niña que acostumbraba jugar en casa de nuestro personaje y su hermana. Mientras el tío Carlos manipulaba la máquina, este último se encargaba de tapar con barro los agujeros por donde emergía el humo. Y así trabajaron hasta la noche.

Al día siguiente, vinieron la «tía Rosa» y los primos. Uno de ellos, Hugo, se quedaría en la casa hasta el próximo fin de semana. Durante la semana jugaron todos los días en el parque, junto con Lila y la hermana del narrador. Ella, al parecer, se veía atraída por Hugo, a quien elogiaba todo el tiempo. En cambio, a él le gustaba Lila. En una ocasión, jugando, Lila se tropezó y se lastimó la rodilla. Para evitar ser castigados, le hicieron un vendaje con alcohol sin avisarle a sus padres. Mientras le curaban la herida, ella miraba a Hugo conteniendo las lágrimas «como para mostrarle lo valiente que era».

Llegada la noche, Hugo le muestra a nuestro personaje su pluma de pavo real, el cual queda impactado por la belleza de sus colores.

A la mañana siguiente ─cuenta─, fue el primero en levantarse. Se dirigió al jardín a recojer un jazmín que él mismo había plantado hace un tiempo para regalárselo a Lila y, de paso, preguntarle cómo estaba de la herida. Ella se encontraba muy bien, y quedó encantada por el regalo; juntos lo plantaron en su jardín.

El sábado, cuando vinieron a buscar a Hugo, él fue a despedirse de Lila y su madre. Pero el protagonista estaba contento, ya que al regreso de su tío volverían a encender la máquina para las hormigas. El domingo por la mañana, escuchó que la madre hablaba con el padre de «las Negri» (tres chiquillas bastante molestas), quien le decía que el veneno que habían echado hace ya una semana había marchitado varias plantas de su jardín. No obstante, ella le afirmó que el prospecto aseguraba que eso no debía ocurrir.

Más tarde, junto con el tío Carlos decidieron prender nuevamente la máquina. Esta vez no salía humo del lado de los Negri; en cambio, la casa de Lila no tuvo la misma suerte. Cruzó el ligustro y comenzó a tapar todos los agujeros por donde se asomaba el veneno. Uno de ellos estaba muy cerca de donde habían plantado el jazmín. Mientras él trabajaba, Lila se había sentado en la sombra con un libro. Entonces, le pidió si podía entrar a su casa a buscar una pala. Como tardaba bastante, agarró el libro y observó que tenía una pluma exactamente igual a la que Hugo le había mostrado. Cuando ella regresó, le confesó ─sonrojada─ que Hugo se la había regalado al despedirse. Invadido por los celos, tiró la pala, vió que seguía saliendo humo al lado del jazmín, volvió a su parque desde donde operaban la máquina y añadió tres cucharadas más de veneno, para asegurarse de no dejar «ni una hormiga viva en el jardín de casa».