La vida de un novicio de convento, Goldmundo, quien huye del mismo en busca de respuestas a preguntas no formuladas, es decir, en busca de su destino. Narciso, quien fuera sujeto de admiración de Goldmundo se queda a ordenarse sacerdote. La novela se centra principalmente en Goldmundo y su descubrimiento del mundo: el sexo, la muerte, el arte, las mujeres y algunos detalles más, irán forjando en el corazón de Goldmundo su temple y su descubrimiento de artista, detalle que para Narciso fue obvio desde el principio.
Lo racional se antepone a lo visceral en esta novela ligeramente autobiográfica de Hesse.
Capítulo I
En el convento de Mariabronn, entre los novicios, sobresale un joven cuyos conocimientos del latín y el griego, han despertado admiración en todos los maestros e incluso del abad Daniel. Narciso es el nombre del educando. Sus pláticas son comunes, en una de ellas, el viejo y sabio abad, anima al introspectivo Narciso a buscar el lado rebelde que todo joven experimenta en su interior y que sólo en esa época se presenta. Narciso le dice al abad que hará lo que le pida. El abad Daniel, consiente de los numerosos conocimientos que el joven novicio posee, le ofrece fijar su meta como maestro erudito. Narciso habla en favor de la ciencia y la investigación. El abad le pregunta al novicio que quiere hacer de su vida. Narciso expresa su destino de permanecer en el claustro y ser monje o sacerdote, tal vez abad. El abad Daniel se intriga por la seguridad pronunciada del joven, luego le pregunta sobre su propio destino. Narciso enumera las cualidades del abad y le asegura una muerte tranquila. El viejo abad sonríe, le llama iluso y que tiene visiones.
Narciso sorprendía a todos con sus conocimientos, en otra ocasión, cuestionó el sistema de enseñanza de un maestro con sólidos argumentos. El maestro, quizá con envidia, se quejó con el abad Daniel. El abad alabó el empeño de Narciso en mejorar la educación impartida, pero el maestro, finalmente, siempre será el maestro.
Un nuevo novicio llega al convento, el muchacho se hace amigo del árbol que custodia al convento y del portero. Goldmundo es el nombre del muchacho. Su padre le dejó rechazando la amable oferta de quedarse a reposar varios días en el convento. Sólo esa noche se quedó y sin hablar mucho de sí o su hijo, se marchó de inmediato no sin dejar un caballo de nombre Careto como regalo. Goldmundo se gana pronto la simpatía de todos en el convento. En clases, lo primero que llama la atención del adolescente Goldmundo, es encontrarse con un asistente de maestro tan joven. Narciso se muestra indiferente.
Capítulo II
Pronto, Goldmundo se gana la simpatía y afecto de todos en el convento, incluidos el abad Daniel y el propio Narciso. Goldmundo manifiesta su deseo de quedarse para siempre en le convento, tal y como su padre lo pidió. Goldmundo siente una profunda afinidad con Narciso y se esmera en sus estudios para ganarse más su atención. Narciso por su parte, siente también un afecto especial hacia aquel adolescente inquieto y revoltoso. Al cabo de un tiempo, Goldmundo tiene reacciones adversas que a él mismo sorprendían: se dormía en clases, dejaba de estudiar sus lecciones, fantaseaba constantemente y mostraba irritabilidad hacía sus compañeros. Lo que Goldmundo ignoraba, era que Narciso pensaba más en él de lo que hubiera supuesto. El joven asistente de griego, había descubierto a un extraño complemento; quiere atraerlo, instruirlo, conducirlo a plena floración. Pero a Narciso algo le repugnaba: los maestros que terminaban enamorados de sus alumnos. Por ello, mantiene discreción en cuanto a expresar sus emociones.
Pasado el año, Goldmundo apenas y se mantenía despierto en clases, un día, recibe la invitación de tres compañeros de “ir al pueblo” es decir, escabullirse del convento, e ir a escondidas al pueblo. Goldmundo dudó al principio pero termina aceptando a pesar de un dolor de cabeza que padecía. Llegada la noche, los cuatro novicios escapan del convento y llegan a una casa donde tocan y les hacen pasar por una ventana. Una joven campesina, y una niña de largas trenzas se encontraban adentro. Los muchachos entraron felices salvo Goldmundo que se juraba para sí no volver a cometer esta falta. Mientras los muchachos conversaban con la campesina, Goldmundo reparó en que la niña, no le despegaba la vista de encima. Al despedirse, la niña le pregunta a Goldmundo si volverá. Goldmundo le dice que no. Antes de salir por la ventana, la niña se acerca a Goldmundo, le dice “ven otra vez” y lo besa. Goldmundo experimenta una dualidad: su voluntad le ordenaba jamás volver a salir del convento, su corazón ardía por regresar mañana. Al día siguiente, Goldmundo enfermó. Narciso lo manda a descansar. Goldmundo llora abruptamente y Narciso lo consuela. Una vez solo, Goldmundo se lamenta de haber sido tan débil al haber llorado delante de Narciso.
Capítulo III
Narciso y Goldmundo inician una amistad. Narciso se da cuenta que una mujer puede inquietar demasiado a su joven amigo. Goldmundo por su parte insiste en que su vida es el claustro y el aislamiento, tal y como su gran amigo y erudito Narciso. Goldmundo le platica a Narciso –pues en calidad de novicio no lo puede confesar- de su ida “al pueblo” Narciso lo escucha. Al paso del tiempo, Goldmundo se vuelve más solitario. Su amistad con Narciso no lo beneficia delante de sus compañeros, además de que se siente tratado como un niño. Sus amigos volvieron a invitarlo “al pueblo” y Goldmundo se niega. Con respecto a la niña de las trenzas, casi había dejado de pensar en ella.
Capítulo IV
La amistad de Narciso y Goldmundo aumenta, pues el aspecto racional de uno, se complementa con el emocional del otro. Para Goldmundo, Narciso siempre habla de diferencias. La inteligencia de Goldmundo mantiene conversación con los estudios de Narciso. Ambos se contemplan y fascinan. Narciso acusa a Goldmundo “de no ser bastante él mismo” y además considera que él es pensador y Goldmundo artista. Sus conversaciones llegan pronto al terreno de lo intimo; Narciso le dice a Goldmundo que la razón de su sufrimiento es por su madre pues se ha olvidado completamente de ella. Y en efecto, desde niño, Goldmundo la perdió. Después, Narciso admite que mientras que su joven amigo sueña con muchachas, él sueña con mancebos. Luego, Narciso acusa a Goldmundo de haber olvidado su infancia, después, le pide que se marche. Goldmundo se desmaya en los corredores del jardín, y es encontrado por el abad Daniel. Narciso acude en su ayuda. El abad le pide explicación. Narciso le dice que son amigos y que es consejero de Goldmundo y que entre otras cosas, le dijo que se había olvidado de sí mismo, de su infancia y de su madre y que seguramente sus palabras lo afectaron. El abad lo reprende pues aún no ha recibido los hábitos y le pide que piense en las consecuencias que sus actos tienen. Narciso se defiende: “las consecuencias no están pasando” Goldmundo reposa, duerme se despierta y vuelve a dormir, tiene 18 años. En sus sueños ve a una mujer, radiante y de largos cabellos.
Capítulo V
La madre de Goldmundo es una imagen ambigua digna de avergonzar a cualquiera. Mujer hermosa e indómita, había sido bailarina, malvada y pagana. El padre de Goldmundo se aseguró de que todos supieran que él mismo la había salvado de la miseria. La tomó por esposa y convirtió en mujer respetada. Pero al paso de los años, reanudó nuevas mañas y tuvo numerosos amantes. El padre iba por ella una y otra vez hasta que la madre desapareció para siempre. Para el padre, el hijo tenía que expiar los pecados de la madre y de ésta forma educó a Goldmundo.
Goldmundo cambió de actitud hacía Narciso. Evitaba discutir sobre cualquier tema y decidió recordar la parte positiva de su madre, aquella mujer bella y cariñosa. Pasaron tres años y nunca recibió visita del padre. El cariño de Goldmundo hacía su padre disminuyó en proporción al anhelo de la madre perdida. Goldmundo duda sobre su vocación, tal vez su destino no se encuentra dentro de los muros del convento. Le manifiesta su duda a Narciso y éste le brinda su apoyo pase lo que pase.
Capítulo VI
Cierto día, el padre Anselmo quién fue el que cuidó a Goldmundo luego de su desmayo y quien se había convertido en su amigo, le pidió a Goldmundo ir al bosque a distraerse y de paso traerle unas plantas para su botica. Goldmundo aceptó y una vez que llegó al bosque se acostó a descansar, al abrir los ojos, una joven morena lo veía con curiosidad. Ambos se sonrieron, luego se besaron, después los brazos cruzaron sus cuerpos hasta terminar desnudos y amados. La joven se llamaba Elisa y dijo a Goldmundo que deseaba volverlo a ver. Goldmundo también deseaba volver a estar con ella. Regresó al convento no sin antes ponerse de acuerdo para una próxima cita. Goldmundo fue con Narciso quién se encontraba en retiro espiritual. Pidió permiso para interrumpirlo y al rectificar que era necesario, le platicó su reciente aventura y que se iba del convento. Pidió que rezara por él y le refrendó su amistad. Narciso cumplió su palabra y le respetó su decisión. A la hora convenida, Goldmundo se encontró con Elisa y se internaron en el bosque.
Capítulo VII
A la mañana siguiente, Elisa dejó a Goldmundo para reunirse con su esposo. Goldmundo le pidió que se quedará con él en vano. Elisa se fue y el novicio fugado se quedó dos días en el bosque comiendo frutas y plantas. Finalmente comenzó el camino y se topó con un muchacho, al seguirlo llego a una cabaña donde fue recibido por una anciana que no le negó el pan pedido. Más tarde llegaron el labriego y su mujer. Goldmundo pide permiso para quedarse esa noche y el labriego le ofrece el heno de afuera. Luego de la cena, Goldmundo se retiró a descansar. Al poco rato, la mujer del labriego le llevó alimentos con la secreta intención de ser seducida, cosa que en efecto, sucede.
Capítulo VIII
Goldmundo se vuelve vagabundo y se descubre atractivo ante el sexo opuesto. Durante su camino sin destino encuentra campesinas con las que vive numerosas aventuras. La mayor de las veces como amante. Dos años después, Goldmundo conoció a un caballero y a sus dos hijas: Lidia y Julia de 18 y 16 años. El caballero se interesó en aquel joven cuyos conocimientos de latín y griego eran muy superiores al suyo y como se encontraba redactando un manuscrito sobre sus viajes. Le ofreció a Goldmundo hospedaje y comida si corregía el manuscrito. Goldmundo acepta. Pronto, el joven se gana la simpatía de toda la servidumbre pues el notable caballero vivía en una mansión. Por su parte, Lidia lo trataba entre respetuosa y burlona Goldmundo trataba a la hija mayor como una dama y a la menor como una monjilla. Cierto día llegó de visita otra caballero de mayor edad acompañado de su bella esposa, durante la cena, Lidia notó un discreto jugueteo entre Goldmundo y la esposa del visitante. A la mañana siguiente, su intuición femenina se vio recompensada con una indiscreción que le confirmó sus sospechas. Goldmundo sintió la molestia de Lidia quien agarró un caballo y se internó al bosque. Goldmundo la siguió. Una vez solos, El joven trató de seducir a la muchacha y ésta lo rechaza. De regreso a la mansión, Lidia cuestiona de nuevo a Goldmundo sobre su intento de seducción. Goldmundo, hábil en las artes de la seducción le roba un beso. Ambos comienzan una relación, más que infantil, tierna. La mayor osadía fue cuando Lidia le enseñó tímida un seno. Goldmundo ahora además de deseado se sintió, por primera vez, amado por una mujer. Una noche, Lidia llegó al lecho de su amado y se recostó junto a él. No le permitió nada más pero a éste no le importó. Durante varias noches repitieron la misma acción hasta que en una noche, Julia, la hermana menor, se apareció en el aposento y pidió ser convidada o de lo contrario le hablaría al padre. Goldmundo, encantado de la vida la invitó, Julia se acostó al lado de Goldmundo quien amablemente las invitó “hacer lo que nos pide la sangre”. La indignación de Lidia fue de completo rechazo, al irse las hermanas, Goldmundo alcanzó a Julia y mientras le besaba los senos le prometió verla mañana. Lidia habló con su padre sobre las osadías de Goldmundo, omitiendo la presencia de Julia. A la mañana siguiente, el caballero invitó al bosque a Goldmundo, éste sospechaba que ya se había enterado y que tal vez quisiera darle muerte, sin embargo el caballero le pidió que se vaya y no volverlo a ver nunca más en su vida. Goldmundo emprende de nuevo el viaje.
Capítulo IX
No lejos de ahí, Goldmundo es interceptado por un mensajero de Lidia quien le mandó un pedazo de jamón, un ducado de oro y un corpiño (suéter) de lana gris.
Más adelante, Goldmundo es alimentado por unas campesinas, una de ellas a punto de dar a luz. Goldmundo presencia el parto y se sorprende de la expresión de dolor de la mujer, muy parecido a la expresión del placer. Al día siguiente partió de nuevo pero ésta vez acompañado por un vividorcillo de nombre Víctor. Se conocieron en el camino y se simpatizaron de inmediato. Llegada la noche acordaron, uno vigilar mientras el otro dormía. Goldmundo se recostó primero. Al cabo de algunas horas supo que Víctor era en realidad un ladrón que trataba de robarle. Goldmundo le dijo “pierdes el tiempo, aquí no hay nada que robar” Víctor no le cree por lo que empiezan a pelear. Goldmundo sacó un cuchillo que tenía guardado y lo mató. Al día siguiente se lavó las manos asustado y vago un día y una noche más. Había nevado y tenía hambre. Débil y desaseado continuó su vagabundeo hasta que fue encontrado por una mujer que lo reconoció. Goldmundo despertó en un establo sin la moneda y sin corpiño –pues lo había prestado a Víctor y se quedó puesto en su pecho ensangrentado-. La campesina de nombre Cristina, le regresó su ducado y lo invitó a quedarse más tiempo pues estaba a punto de nevar de nuevo.
Capítulo X
El tiempo continuó su paso. Goldmundo siguió su errar y llegó a un convento. Ahí lo alimentaron y dieron asilo. Siente remordimiento de conciencia por su vida disipada y por la vida asesinada y se confiesa. Cuando se disponía a irse, una imagen, una virgen tallada en madera retuvo su atención por un prolongado tiempo. Goldmundo contempló embelesado la expresión de la virgen, misma que le hizo experimentar muchas emociones. El padre que lo había confesado lo miró contemplando la imagen y le informó que era obra del Maestro Nicolao. Goldmundo se intriga. Pregunta quién es y dónde puede encontrarlo. El padre le informa y Goldmundo se va en su búsqueda. Goldmundo llega a casa del maestro Nicolao pero como es tarde decide tocar en la mañana. Se retira de ahí no sin antes percibir la silueta de una mujer tras una ventana.
En la mañana, en casa del maestro Nicolao, Goldmundo le platicó de su vida y su reflexión sobre la expresión del dolor emparentada con el placer. Le platicó de la imagen más hermosa que ha visto en su vida –la virgen que el maestro talló- y le pide lo tome como aprendiz de imaginero. El maestro Nicolao lo escucha y lo pone a dibujar. Goldmundo realiza un dibujo de su amigo Narciso. Esa noche, Goldmundo fue invitado a cenar y conoce a Isabel, la bella hija del maestro Nicolao. El maestro Nicolao acepta que Goldmundo se quede pero bajo ciertas condiciones. Como ya es grande de edad, no se le pude considerar como aprendiz y ciertamente, tampoco necesita de ayudantes. Pero el dibujo que Goldmundo hizo era lo suficientemente interesante como para ofrecerle que se quede y aprenda, que use sus herramientas pero sin ningún contrato u obligación. Goldmundo agradece la oportunidad. Esa noche, Goldmundo piensa en la fuerza de una imagen. Ésta perdura sobre el creador. El artista envejece pero no su obra que se resiste al paso del tiempo.
Capitulo XI
Goldmundo encontró alojamiento en casa de un dorador y aprendió tanto a trabajar la madera como el yeso. Y así paso otro año. La relación entre el maestro Nicolao y Goldmundo era de amor odio pues a menudo el maestro se burlaba del alumno al no ser muy perseverante y además evitaba cualquier contacto de su bella hija con el vagabundo. Sin embargo, Goldmundo aprendió a modelar en arcilla y perfeccionó rápidamente su técnica de dibujo. Su primera obra lograda fue una figura en arcilla de Julia. Posteriormente, empezó a tallar la figura de Narciso como un San Juan joven pero está vez, con la posibilidad de ser incluida en un trabajo encargado al maestro Nicolao. El maestro Nicolao tenía, en efecto, una dualidad de sentimientos con respecto a Goldmundo quien despreciaba el dinero y cuando lo tenía, lo derrochaba sin cuidado, además de sus frecuentes amoríos y riñas, sin embargo, la figura del San Juan joven iba poco a poco emergiendo de una manera notable. Goldmundo de descubre artista. Cuando terminó la figura del San Juan, sintió un gran vacío y deseos de irse de ahí. Goldmundo quiere hacer otra figura, la de la madre, pero siente que todavía no es tiempo. Va con el maestro Nicolao y le muestra su obra. A Nicolao le encantó la obra de éste vagabundo y orgulloso, le dice a Goldmundo que pugnará por que le den su diploma de maestro. Goldmundo sin embargo, no le interesa el diploma y en cuanto a la figura, le dice al maestro que hizo un simple retrato de su amigo (Narciso) y que esa paz y esa claridad expuesta en la madera es resultado del mismo modelo. “En realidad, ni siquiera fui yo el que la hizo sino que él me la puso en el alma”. Goldmundo manifiesta su deseo de volver a su vida errante. Nicolao lo invita a comer y hablar al respecto.
Capitulo XII
Goldmundo se mantiene firme, no le interesa ni el dinero, ni quedarse a trabajar como artesano. Quiere experiencias para que, al cabo de algunos años, pueda realizar la imagen de la madre. Nicolao le pide paciencia pues en el fondo quiere que Goldmundo se convierta en su primer asistente aunque también está consiente de lo que esto implica. En poco tiempo Goldmundo se acostaría con Isabel pero sentía que aún así valía la pena. Goldmundo tenía todas las aptitudes para convertirse en maestro y ciertamente a la bella Isabel le agradaba más la idea de un primer asistente que de un vago con aptitudes. Goldmundo agradeció profundamente su generosidad pero se mantuvo en su deseo. El Maestro Nicolao se enojó y le pide que se marche antes de que haga algo de lo que pueda arrepentirse. Goldmundo trató de darle dos veces la mano pero Nicolao, dolido por el rechazo lo ignora.
Goldmundo parte muy temprano en la mañana.
Capítulo XIII
Durante su camino Goldmundo se encuentra con otra persona de nombre Roberto. Ambos se hacen amigos pues comparten gustos en común como el peregrinaje para buscar respuestas. Roberto no tardó en admirar las cualidades de su compañero de viaje: lo había escuchado hablar con fluidez latín y griego, lo había visto hacer unos dibujos excelentes, en una catedral explico el significado de las esfinges y los más sorprendente, cualquier campesina caía rendida a sus deseos. Roberto no tardó en considerar a Goldmundo como un privilegiado de Dios.
Cierto día, cuando llegaban a la entrada de un pueblo, varios hombres los apedrearon negándoles el acceso. Pronto descubrirían la causa. No lejos de ahí, llegaron a una cabaña con un establo y encontraron una vaca cuya urgencia de ser ordeñada era más que obvia. Goldmundo entró a la cabaña y encontró cinco cadáveres víctimas de la peste. Goldmundo se entregó por completo a la contemplación de los muertos haciendo caso omiso de los gritos de Roberto. Una vez que salió, invitó a su acompañante a revisar el contenido de la casa. Roberto entró y al ver al primer cadáver, salió corriendo de ahí. Roberto quiere irse lo más lejos del lugar. Goldmundo lo detiene y le dice que juntos entraron, y juntos saldrán. La peste puede haberse extendido demasiado y es una tontería que se separen. Roberto, a regañadientes, acepta quedarse al lado de Goldmundo.
Al continuar el camino comprobaron la teoría de Goldmundo, muertos insepultos comenzaban a encontrase por doquier. Los pueblos, habitados por animales abandonados y cadáveres se comenzaron a multiplicar. Goldmundo observaba las escenas como las mira un artista: “con esa extraña mezcla de cordial simpatía y fría observación”.
Ciudad tras ciudad, el par de vagabundos encontraron las mismas escenas. Roberto suplicaba por alejarse de aquellos lugares, pero Goldmundo, fascinado por el espectáculo se adentraba más por las ciudades. En una de ellas, observó a una bella mujer que se asomaba por su ventana. Goldmundo la convidó a irse con ellos lejos de ahí, a una campiña donde serían felices. La mujer había perdido todo y se unió a los vagabundos. Durante el camino, Lena les platico de todos los horrores que había visto. Al terminar, Goldmundo se puso a cantar. Llegaron a un bosque de abedules y encontraron una cabaña. Roberto durmió afuera y Goldmundo en los brazos de Lena. Pronto, el trío arregló la cabaña y se acomodaron fácilmente. Una noche, Lena preguntó sobre lo que harían para el invierno que ya se acercaba. Roberto comenzó a reír y Goldmundo se mantuvo callado. Lena se dio cuenta que estaba entre vagabundos y que está cabaña, sólo era una parada más en su peregrinaje sin destino.
Capítulo XIV
Cierta mañana, Goldmundo caminaba en un paraje absorto en sus pensamientos, cuando escuchó de repente, un grito de auxilio. Un vagabundo de mala conciencia trataba de violar a Lena. Goldmundo reaccionó con violencia extrema y mató al vagabundo. En la noche, y luego de la platica de la hazaña, Roberto manifestó emoción ante el suceso. Goldmundo pensaba en el segundo hombre que moría en sus manos. Esa noche, recordó otro hecho singular. Una vez que diera muerte al agresor, no encontró mejor opción que tirar el cadáver hacia unas piedras. Entonces, como si Lena lo hubiera llamado en silencio, Goldmundo la vio de reojo antes de tirar el cadáver. La mirada de Lena lo obsesionó: “grande, hermosa y temible”. Goldmundo tuvo el deseo de dibujarla. Recordó la oferta del maestro Nicolao y la belleza de Isabel. Sintió desprecio por si mismo y se fue a acostar, pero antes de quedarse dormido, Goldmundo tuvo la visión de ver a la primera madre, a Eva.
A la mañana siguiente, Lena amaneció enferma; al revisarla, Goldmundo supo que había contraído la peste. Roberto sospecho y dijo que iría a otra parte a pasar la noche. “Vete al diablo” le gritó Goldmundo. Goldmundo permaneció al lado de Lena, ella le dijo que no se acercara demasiado para no enfermarse y que desde que supo que está cabaña era transitoria, su vida se llenó de tristeza y que prefiere morir a perderlo. Lena empeora. Goldmundo sale a tomar aire y encuentra a Roberto quien le dice que si no se trata de la peste se queda. Goldmundo dice que es la peste y el ya está contagiado. Roberto se fue para siempre de ahí. Al día siguiente Lena muere y Goldmundo se va de ahí prendiéndole fuego a la cabaña.
Goldmundo emprendió el viaje de regreso al taller del maestro Nicolao. Recorrió ciudades enteras donde la peste se había presentado. Contempló a personas agonizantes que eran sacadas de sus lechos por sus propios parientes y echados donde los muertos. Esposos que abandonaban a sus esposas al saberlas enfermas. Animales que murieron de inanición por que sus dueños los dejaron amarrados. Todo lo miraba detenidamente y entonces, el otrora adolescente novicio, renegó de Dios. Pero también pensaba distinto, ahora Goldmundo se apuraba pues la ebullición de la fuerza creadora se comenzaba a manifestar de nuevo. Ahora Goldmundo desea la oferta del maestro.
Capítulo XV
Goldmundo llegó a la ciudad de su maestro y también encuentra los signos de la peste aunque ésta, ya había terminado. Llego a la casa de su antiguo maestro y es informado que murió. Goldmundo entró por la fuerza a la casa y gritó por Isabel. La mujer apareció y sorprendió a Goldmundo por su notable cambio. Su belleza y altivez se habían opacado. Su apariencia enfermiza escondía cualquier rastro de juventud. Isabel le confirma la noticia de la muerte de su padre y corre a Goldmundo. En la calle llora y deambula sin rumbo. Pasa la noche en una taberna y en la mañana camina por el mercado. De pronto, Goldmundo escucha que alguien llama su nombre y se encuentra con una joven de aspecto delicado y enfermizo. Soy María, le dijo. Goldmundo la reconoció pues le había dado leche tibia la última noche que paso en la ciudad. María llevó a Goldmundo a casa de los padres y fue bien recibido. Ahí se enteró que Isabel fue en realidad la que se enfermó de peste, y que su padre murió por sus extremos cuidados. Goldmundo aceptó el ofrecimiento de quedarse unos días y se puso a dibujar. A los pocos días, Goldmundo se topó con una mujer a caballo que lo cautivó por su belleza. La siguió y pudo enterarse que era Inés, esposa de un conde de renombre. Goldmundo decidió conquistarla y primero fue con un barbero a que lo cepillara y acicalara, después se le empezó a aparecer a Inés por todos lados. Al tercer día, luego de que Inés se percatara de nuevo de la presencia del extraño, despidió a su criado y comenzó a cabalgar. Goldmundo le dio alcance y simplemente le dijo “quisiera ofrecerme a ti como presente” Inés se interesó en el apuesto hombre y le entregó una cadena. Le pidió que él mismo se la entregara en el castillo pero que no le sería fácil el acceso. Goldmundo prometió llevársela sin falta. Llegada la noche, Goldmundo fue al palacio y dijo tener ordenes de entregarle una medalla a la señora o su doncella. Los soldados llamaron a la doncella y ésta lo hizo pasar, lo llevó a una recamara y se fue de ahí. Al poco rato apareció Inés y luego de los vinos y manjares, se entregaron confiados al amor pues Inés le dijo a Goldmundo que una importante reunión eclesiástica se llevaba a cabo y eso mantendría ocupado a su marido. Inés le pide a Goldmundo que regrese mañana. Cuando Goldmundo llegó a casa, se encontró con la pequeña María quien la estaba esperando. María le dice que le gustaría ser bonita y atractiva para gustarle. Goldmundo se conmueve y sin saber que hacer pone su mano sobre la cabeza de la niña. María se disculpa “vete a la cama Goldmundo, he dicho muchas tonterías”
Capítulo XVI
Goldmundo quería estar solo. Pasar un día en el campo. Así que le pidió algo de pan a María y le dijo que no lo esperara. Goldmundo marchó al río y se entregó a sus reflexiones. Al llegar la noche se dirigió al palacio. Vio por la ventana las sombras de los clérigos y se aventuró de nuevo. La doncella de Inés lo llevó a la recamara y ahí esperó la llegada de su amada. Cuando llegó la hermosa mujer se entregaron a las caricias cuando de pronto, un golpe se escucha en la puerta. Inés sospecha que se trata de su marido y pide a Goldmundo que se marche no sin pedirle “no me traiciones”. Sin embargo la puerta se encontraba cerrada por fuera por lo que Goldmundo se encontró atrapado. Se fingió ladrón pero de nada sirvió. El marido de Inés, un conde con cierto poder, ordenó se le encierre y que sea colgado temprano por la mañana. Cuando Goldmundo fue llevado a la mazmorra para ser encerrado, ninguno de los custodios tenía la llave por lo que tuvieron que esperar unos momentos. Un guardia alumbraba la cara de Goldmundo. Unos clérigos pasan y comentan algo. Le dicen a Goldmundo que pedirán al conde su derecho de confesión antes de que se cumpla la sentencia. Goldmundo no ve los rostros. El guardia con la llave llega y Goldmundo es encerrado. Solo y oscuras Goldmundo pensó en Ines, el maestro Nicolao, en Isabel, María y que tenía que despedirse de todo. Llora y exclama Oh madre, oh madre, se duerme un poco. Despierta creyendo que vienen por él. Recuerda que le prometieron un confesor. Goldmundo se resiste, tiene de alguna manera que vivir. Con dificultad desata sus manos y elabora un plan para escapar. Matará al clérigo que venga a confesarlo y huirá con su habito puesto. Escucha ruidos, se prepara para la legada del clérigo y los guardias. Se abre la puerta y entra un clérigo sin compañía. Goldmundo reconoce el habito de Mariabronn. Goldmundo piensa, “sea quien sea lo tengo que matar”.
Capítulo XVII
Narciso entra al calabozo. Ahora es abad y se cambió el nombre a Juan. La sorpresa de Goldmundo es enorme. Le pide seguir llamándolo Narciso. Narciso acepta y le dice que consiguió el indulto y que se va con él al convento. Antes de partir, Goldmundo se despide de la pequeña María. Durante el camino los amigos se platicaron sus vidas. Se platicaron quienes murieron y que hacen los que Goldmundo conoció. Al enterarse Narciso de las experiencias de su amigo con el maestro Nicolao, le ofreció poner un taller en el convento con todo lo que necesite. Narciso lo sabía: Goldmundo era un artista y no un pensador. Reconoció el duro camino llevado por su amigo y lo recibió de nuevo.
Capítulo XVIII
Llegados al convento, Goldmundo se instaló rodeado de recuerdos. Le toma la palabra a Narciso y pone un taller de inmediato. Los amigos se reencuentran, sus pláticas de antaño recuperan fácilmente sus tintes filosóficos. Narciso es ahora un erudito, pero Goldmundo es ahora un artista. Goldmundo trabaja en una obra para el convento. Tiene un asistente de nombre Erico y se pone a trabajar. Más tarde, Goldmundo se confiesa ante el abad Juan, es decir su amigo Narciso, quien le pone una penitencia. Goldmundo trabaja en una escultura con los cuatro apóstoles con las caras del abad Daniel, del maestro Nicolao, el joven San Juan y del padre Anselmo.
Capítulo XIX
Dos años trabajó Goldmundo en la obra. Narciso iba a verla de vez en cuando y declaró comprender lo que es el arte. Una vez terminada, Goldmundo se sintió de nuevo vacío aunque está vez, con un nuevo encargo: un altar para una virgen. Goldmundo pensó de inmediato en el rostro de Lidia. Se puso manos a la obra. A menudo, Goldmundo desaparecía uno o más días. Como su asistente Erico había aprendido muy bien le daba oportunidad de ausentarse por tiempos indeterminados. Goldmundo regresaba, trabajaba en el rostro de la virgen y desaparecía de nuevo. Narciso sabía de esta libertad que su amigo necesitaba y lo dejaba partir con el miedo de que tal vez algún día, no volvería. Durante uno de sus viajes, Goldmundo trató de seducir a una campesina y ésta lo rechazo. Por primera vez Goldmundo se sintió viejo. Sintió ganas de irse de nuevo, habló con Narciso, le encargó su imagen inacabada y partió de nuevo.
Capítulo XX
Pasado el verano Goldmundo regresó pero ya no era el mismo. Se veía viejo, enfermo, decrépito, su semblante radiante se había apagado. Llego con Erico y le pidió que lo dejara dormir. Narciso llegó a recibirlo y se sorprendió también de su semblante. Goldmundo reía de su imagen. Desvariaba y su salud decrecía. En alguna noche le confesó a su amigo, lo que le había sucedido. Se había enterado que su adorada Inés se encontraba cerca de ahí y decidió que tenía que verla de nuevo. Sin embargo al encontrarla, la mujer le rechazó, luego, su caballo relinchó y cayó a un río donde se fracturó unas costillas. Ahí se quedo tendido, a merced del agua helada por espacio de varias horas. No quiso regresar pero llego un momento que no le quedo otra alternativa. Narciso se compadece de su amigo y le confiesa el amor que siempre sintió hacía él y lo mucho que le hace falta. Goldmundo siente que va en camino al lugar donde esta su madre. Goldmundo muere diciéndole a Narciso: “¿Cómo podrás morirte un día, Narciso, si no tienes madre? Sin madre no es posible amar. Sin madre no es posible morir”
Personajes
Narciso: niño prodigo del convento Mariabronn; además del latín domina el griego, sus modales son aristocráticos, y su expresión y actitudes de un auténtico pensador. Su nobleza y distinción son palpables. Además, Narciso tiene otra curiosa cualidad, es capaz de ver a través de las personas, y determinar sus virtudes y defectos. Sin embargo, en lo externo, Narciso es sombrío y magro, reflexivo y analítico.
Goldmundo: Pocos años menor que Narciso, Goldmundo es hermoso, tierno, radiante, lleno de vida, soñador y algo infantil. La madre ausente es una constante en su vida, quiere ser sacerdote, pero en el fondo de su corazón se esconden pasiones no acordes con el celibato. La búsqueda de la madre perdida será una constante en su vida. No conoce la ambición, desprecia el dinero y pronto descubrirá su enorme poder sobre las mujeres.