Resumen de Utopía de un hombre que está cansado (Borges)

Utopía de un hombre que está cansado es un relato de Borges de 1975, publicado junto con otros doce cuentos en su obra El libro de arena.

Eudoro Acevedo ─un profesor y escritor bonaerense de setenta años─ transita por un «camino de la llanura» en alguna región del planeta. Nacido en 1897, el escenario es, al parecer, «miles de años» en el futuro, aunque no hay información alguna sobre cómo ha llegado a ese lugar y momento. De pronto, la lluvia lo obliga a refugiarse en una casa que logra avistar a unos doscientos metros de donde se encontraba. Allí le abre la puerta un hombre altísimo que hablaba en latín; con alguna que otra dificultad para el protagonista, logran entablar un diálogo.

El huésped ─de aproximadamente cuatrocientos años─, cuenta que ya no hay diversidad de lenguajes, pues todos hablan el latín. Asegura que su presencia no le desconcierta en absoluto, por cuanto está acostumbrado a recibir visitas esporádicas del pasado. En el futuro la imprenta ha sido abolida (dado que promovía «textos innecesarios») y los libros remanentes poco se leen; en su larga vida, ha leído no más que seis libros. En cambio, en el siglo XX, dice Eudoro, se lee para el olvido. Las noticias de hoy serán olvidadas y reemplazadas por las de mañana. Y si acaso no son estrictamente noticias, serán otras trivialidades.

En el futuro tampoco hay gobiernos, ciudades, museos, bibliotecas, religiones, dinero (por ende, tampoco, pobreza ni riqueza). Se trata de una «sociedad» totalmente individualista: todo hombre practica un oficicio y se procura lo que requiere por sus propios medios. Pasados los cien años, ejerce alguna disciplina, como la filosofía y la matemática. Sin amores, sin amigos. Cuando se ha cansado de vivir, se mata.

El anfitrión le muestra su colección de cuadros. Le regala uno. Pareciera que el ser humano ha evolucionado hasta percibir nuevos colores, de modo que algunas de estas obras son prácticamente imperceptibles para Acevedo.

Unos conocidos ingresaron a la casa. Entre todos comenzaron a sacar cuanto había en ella. Eudoro intentó ayudar sin mucho éxito. Cargaron las cosas y salieron. Caminaron durante quince minutos hasta llegar al crematorio. El huésped se despidió y entró.

Eudoro, finalmente, colgó el cuadro que le habían otorgado en su escritorio.